domingo, 1 de mayo de 2011

¿Por qué lo llamamos fútbol cuando queremos decir...?

Andaba yo por el puente de Londres, en un día de perros para no peder costumbre, cuando en mi teléfono sonó un mensaje que decía: “si el Madrid y el Barça, pasan a semifinales de Champions, se cruzarán”. La primera reacción fue poco ortodoxa, ¡qué fuerte! Después, con tiempo de reflexión mediante, y como consumidora feroz de fútbol, pensé que sería una buenísima oportunidad para ver a los dos grandes en acción, midiendo sus fuerzas hasta el extremo, y para disfrutar de este gran espectáculo al que llamamos fútbol.

Sin embargo, y a falta de que el próximo martes por fin culminen los cuatro malditos clásicos, en un día tan señalado como hoy, sólo se me ocurre decir que esto se ha salido de madre.

¿Le importa de verdad a alguien el fútbol a estas alturas? ¿Nos ciegan los colores y conseguir la victoria a cualquier precio? ¿Está justificada la agresividad en el deporte?

En el tercero de los clásicos (me centraré en este por más polémico), contemplé una escena atónita, que por “normal” no ha sido valorada en ningún medio de comunicación. Debido a la pelea de gallos que se generó en el tiempo muerto, el túnel de vestuarios del Santiago Bernabéu estaba atestado de policía nacional. Apenas se vislumbraban jugadores entre la marea de agentes que impedían que los jugadores se lanzaran al cuello del contrario, se escupieran, o se maldijeran de por vida. Esperpéntica escena en lo que se supone que es el plato fuerte del deporte español, por la pasta que mueve (para que obviarlo) y sobre todo por las pasiones que despierta. Para mí, del todo incomprensible, que un grupo de gente que ama lo que hace, cobra millonadas por ello, y son alabados por medio mundo, se permitan el lujo de ser separados por la policía nacional, como barriobajeros, porque no saben controlar sus impulsos. Niños de todo el mundo vieron en la pantalla cómo sus ídolos se insultaban, se revolcaban y se citaban fuera, lecciones de fútbol aprendieron pocas.

El último de los asaltos, sin ser el definitivo, también nos dejó violencia verbal. ¿Por qué ir de tapado, cuando se puede ir de destapado y decir lo que uno piensa? Aún me sorprende que amigos míos defiendan al señor Mouriño, y después de la rueda de prensa que se marcó en el postpartido de Champions, todavía más. A los que argumentan que si bien es un poco smug, es muy buen entrenador, os diré que, salir en el Bernabéu a mantener el 0-0 con el que arranca el marcador, va en contra de cualquier principio futbolístico, en los que la victoria la marca la diferencia de goles. Con más razón en una eliminatoria de ida y vuelta, en tu casa, con tu afición y con una plantilla para construir tres equipos notables. A aquellos que aunque de manera incomprensible valoráis la sinceridad del técnico portugués, que sin dobleces ni falsa humildad, hace frente a todo, con la “verdad” por delante, os diré que acusar al máximo rival de conseguir sus victorias por patrocinar a un organismo de la ONU en su camiseta, es cuanto menos, poco ético. No valoro su sinceridad, porque no lo sé (lo mismo tiene razón, pero de eso se encargará la UEFA, que valorará entre otros muchas cosas, que tiene que ver UNICEF en las victorias del Barcelona) pero lo que no tiene es base ética.

Mouriño, dueño y señor de la entidad blanca, está dispuesto a todo por la victoria, pero se conforma con un 0-0 en su campo, curioso.

Para terminar, hay otra cosa que ronda en mi cabeza, por su gravedad e importancia. Cuando se produce la archiconocida entrada a Alves, si bien nadie sabía, como árbitros que no somos ninguno, de qué color debería ser la tarjeta (más amarilla que roja en mi opinión), de lo que no había duda, era de que había existido un contacto entre ambos. ¿Cuál es mi sorpresa al llegar a casa unas horas después? Misteriosamente en un video difundido por varias televisiones nacionales, no existe tal contacto. ¿Me castigaron mis ojos en el directo por ver tanto fútbol? Es para plantearse hasta dónde se puede llegar por secundar la palabra de Dios. Esto es muy serio, pensadlo.

En resumen, si estamos dispuestos a creernos todo, a aceptar todo, a admitir todo (balonazo de Messi a la grada del Bernabéu, como otras muchas cosas inadmisibles), nos estaremos perdiendo en nuestro ego, en nuestro afán de ser los mejores sólo por nuestros colores, en el triunfo por el triunfo y no en cómo conseguí ese triunfo y por qué será recordado. Sinceramente, me aventuraré a decir, que me da igual como acabe esta serie de clásicos, sólo quiero que acabe. Odio la violencia, sea del color que sea, verbal o física, me juegue lo que me juegue.

1 comentario:

  1. El fútbol algunas veces invierte el orden de las cosas y crea violencia de la nada o, lo que es lo mismo, de un simple juego... y eso no cabe en cabeza humana.
    Más o menos ahí quedaría la explicación de este circo si todo este tinglado mantuviera todavía el ingrediente mayoritario del deporte, del cual está a mil jodidas millas. Hoy por hoy no es que sea un negocio, sino que es un negocio muy sórdido.
    El fútbol de verdad no estaba en el Bernabéu el miércoles pasado; estaba en los campos de tierra pelándose las rodillas, en las canchas de los barrios jugando al "rey de la pista", en las calles echando una ventanta. Que pasen los señores profesionales a tomar ejemplo, o de lo contrario, habrá que parafrasear a a Mouriunho I el Omnipotente: este fútbol da asco.

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