lunes, 14 de noviembre de 2011

De ser a estar



Ayer por primera vez en veintinueve años entendí la vida. No hablo de amor, no hablo de decepción, no hablo de injusticia, no hablo de lo que conlleva estar vivo, hablo de vida. La vida entendida como primer aliento. Todo lo que sentí, me hace valorar hasta que punto había vivido antes de ese momento. He respirado, he corrido, he reído a carcajadas, he llorado en el suelo, he saltado, he visto, he olido, he tocado, he sufrido, he querido, y nada me había hecho comprender la vida. Pasar de ser a estar, ese segundo que lo cambia todo para siempre. Asomar la cabeza, ver el mundo, oler por primera vez, mirar sin entender, oír sin comprender, sentir sin reservas. La vida por delante desde la primera bocanada de aire, desde el primer llanto sin amargura. Ayer entendí lo poco que valoramos la vida aquellos que estamos vivos, y la gran suerte que tenemos de poder formar parte de todo esto, sea cual sea el sentido, por el simple hecho de vivir. Hasta el día de ayer no supe lo que es llorar de felicidad sin matices, lo que es llorar sin pensar en el porqué. Lo que veía me impedía pensar y me hacía llorar. Ayer, ví nacer a Lucía, y ella sin saberlo, me vio nacer a mi. 

domingo, 16 de octubre de 2011

15-O. Marcha a Sol



Alegría y euforia. Miles de personas, hombres y mujeres, niños y ancianos. 951 ciudades en los cinco continentes. Un único mensaje saliendo de todas las bocas: “necesitamos un cambio global”.
Bajo un radiante sol otoñal, centenares de indignados, pasearon sus pancartas por las calles de Madrid. Se han acabado los gritos sordos, se ha acabado la desidia del sofá, ha llegado el momento de alzar la voz, ha llegado el momento de creer que el cambio es posible.

Durante el recorrido de la marcha, un cartel llamó mi atención por encima de todos los demás, “los derechos se conquistan” rezaba. Quise averiguar quién había detrás de aquel maravilloso lema. Lo que vi, llamó todavía más mi atención. Una chica joven, de no más de veinte años era la ideóloga.
Todo esto viene a lo siguiente. ¿No estamos los jóvenes demasiado acostumbrados a vivir bajo el resguardo de derechos conquistados por otros? ¿Ha llegado el momento de crear nuestra propia herencia?
Seguí este movimiento desde el principio, sobre todo por la energía que desprendía. Ahora lo sigo, porque creo firmemente en él.

Creo que estaremos perdidos si dejamos el poder en manos de gente a quien nada o poco importamos. Estaremos perdidos si nuestra única soberanía consiste en ir a las urnas una vez cada cuatro años. Estaremos muy perdidos si no reivindicamos aquello que consideramos nuestro.

En esta sociedad todo está pensado para que no pensemos. Quien no quiera verlo, está ciego. Sociedad capitalista, globalizada, en la que la mayor preocupación para algunos consiste en el apagón de Blackberry. Mientras que los tengamos entretenidos con la maquinita, todo estará controlado, pensarán.

Sin embargo, esa globalización que tanto aborrecemos algunos, bien mirada, no está tan mal. Esa globalización ha hecho posible, que aquel humilde movimiento del 15M, que nació en las calles de Madrid, ayer se hiciera mayor en la calles de medio mundo. Esas maquinitas que pretenden esclavizarnos, y convertirse en prolongación de nuestras propias manos, han sido una de las principales vías de movilización de ciudadanos. Los que intentan alienarnos, no deberían olvidarse de que el pueblo es inteligente. Es inteligente, pero estaba dormido. Ahora se despereza poco a poco. Despierta. Al menos eso es lo que vi yo ayer en Sol. Que tengan cuidado aquellos que se creen invencibles, solo tienen que darse un paseo por la historia. 

viernes, 7 de octubre de 2011

El triunfo de lo sencillo

La muerte rara vez avisa. Así lo entendía Steve Jobs, que hizo de su frase patentada “Sí vives pensando que hoy vas a morir, probablemente algún día lleves razón”, su religión. El mérito del gurú californiano no residía en su particular inspiración creadora para visionar sistemas operativos que no existían, sino más bien en su modo de estar en el mundo. 

Genio cercano, visionario, Einstein moderno, son algunos de los adjetivos que hemos podido leer y escuchar en todos los medios de comunicación desde que se conociera la noticia de la muerte de Steve Jobs en la madrugada del 6 de Octubre. Sin embargo, y sin despreciar ninguno de ellos, encuentro un nexo común entre todos ellos, y es la sencillez. La sencillez elevada a la máxima potencia. 

En sus creaciones, con los sistemas más intuitivos del mercado, en sus diseños, con las lineas más básicas, en su indumentaria, dejando atrás cualquier protocolo aplicable al gran hombre de negocios. De forma sencilla entendió también su vida, tal vez siempre fue consciente de la lucidez de su mente y de la gran confianza que se profesaba. El fue el que nos enseño que podíamos tener el mundo en nuestras manos, pero que ese mundo hay que saber verlo, y la vida hay que saber vivirla. No sabemos si cumplía con exactitud lo que nos contaba, al menos lo aparentaba, pero ya sabéis lo que se dice de los genios. Como se trata de elegir, yo prefiero quedarme con la figura del hombre moderno, que superó al tiempo que le tocó vivir, trasladándose al futuro, pero esa es sólo mi humilde visión de esta historia con temprano final.


 Jobs solía decir que todos las cosas que se hacen en la vida, son puntos que conectan en el pasado, porque mirando al futuro todo parece absurdo y podemos perdernos. Hoy ya no existe futuro para Steve Jobs, pero si miramos al pasado, todos sus puntos quedaron conectados, el mundo quedó conectado.  

martes, 21 de junio de 2011

Verano

El aleteo de los abanicos se confunde con el de los pájaros. El tomate cae a plomo sobre el pepino, la cebolla y el ajo, para que mientras son regados por el oro verde se vaya haciendo el caldo rojo. El cielo oscurece a la misma hora que niños con pistolas de agua juegan a ser soldados. La piel de las azoteas es quemada por el sol, mientras las gotas de agua se deslizan por cuerpos dorados tumbados bajo la luna. Turistas desembarcan en ciudades soñadas en noches de nieve, al mismo tiempo que sus maletas cambian de rumbo. Las puertas entreabiertas dejan pasar la suave brisa que trae consigo el olor a sal impregnado en sus poros. Las macetas se riegan al caer la tarde por manos que sueñan con hundirse en la arena. Las estrellas se presentan invisibles en los cielos olvidados huyendo en busca de otros azul intenso. Los niños chapotean en el cloro, mientras sus padres cabecean bajo las sombrillas de rayas. Hombres de hierro suben el Alpe d´Huez. Espectadores improvisados presencian conciertos de violín en avenidas de sombra. Las rodajas de sandía pasan de mano en mano en los domingos de paella. Los abuelos hablan de los cuentos con sus nietos, mientras sus padres pasean con un helado de limón entre las manos. Los espetos de sardinas se cocinan con aceite de coco embotellado. Los pies se separan del suelo y notas olvidadas en bolsillos secretos te devuelven la cabeza a la tierra. Hoy, la primavera le abre la puerta al verano. 

jueves, 26 de mayo de 2011

Un lirón de vacaciones

Hay hábitos contra los que luchamos toda la vida, y que sin éxito permanecen con nosotros día a día. Sin embargo, otros se esfuman sin saber por qué o dónde han ido. No sé ni las veces que he escuchado: “esta niña duerme como un lirón”, a lo largo de mi vida, sin embargo, el lirón debe haberse ido a otro lugar mejor, a un lugar desconocido, del que no sabe volver.

En estas noches interminables, en las que estar en la cama se convierte en una salvaje tortura, hay tiempo para todo, y entre esas cosas, también para pensar. Andaba yo en ese momento dulce de la duermevela cuando fui consciente del estado de la sociedad. La sociedad vive estos días en esa continúa duermevela, donde no nos abandonamos al placer de los sueños y donde la realidad queda cada más difuminada. Deambulamos sin pararnos, seguramente por miedo, a pensar qué es lo que realmente queremos, hasta que de pronto salta la chispa, llega el fuego, todo explota. Pero, ¿es esto suficiente?

La lucha colectiva, los gritos comunes, las miradas sin hablar entre los manifestantes, devuelven esa esperanza perdida, y por un momento parece que todo es posible, el cambio es posible si todos queremos pelear por él. Sin embargo, inmersos en esa esperanza colectiva, ¿no es hora de una revolución personal?
Autoexigencias que nos asfixian, metas que cada vez se dibujan más lejos, y la carga social, son el pan de cada día para una generación que lo ha recibido todo, que fue educada en la cultura del crecimiento y que impasible asiste al pinchazo de la pompa.

¿Qué sueños u objetivos son realmente propios? No nos damos cuenta (y generalizo) de que muchas de las cosas por las que luchamos a diario, tal vez no sean las que verdaderamente queremos. Vemos que el vecino de al lado tiene su casa en propiedad con una hipoteca asfixiante, y luchamos hasta la extenuación para conseguir esa carga, todos necesitamos un coche porque el transporte público “apesta”, en primordial se convierte también un trabajo exitoso, reconocido por todo tu ámbito social  y por supuesto todos necesitamos un hombro donde llorar.

Creo que la mayor crisis que sufre España está muy lejos de ser la de los mercados, aunque bien es cierto que está bien relacionada con ella. Nuestro mayor problema es que creíamos que esto era la panacea, que tener dos carreras, un máster o dos, idiomas, casa, perro y coche, era sinónimo de la felicidad más absoluta. Se nos ha olvidado cómo se disfruta comiendo pipas en un banco, la satisfacción de las pequeñas metas logradas, la incomparable sensación de sentir como la brisa primaveral golpea tu cara mientras charlas con unos amigos, en definitiva, se nos ha olvidado cómo lo sencillo es nuestro tesoro más preciado.

Alguien se ha encargado a consciencia de dejar los pespuntes firmes para que sea imposible descoserlos y liberarnos, tal vez se cosieron con las viejas “Singer” o tal vez sean producto de alguna máquina moderna, pero nos han hecho creer que no hay más opción que luchar por cosas que tal vez no queremos.
Deberíamos pensar qué es lo que de verdad ansiamos como individuos, dónde está la clave de nuestra insatisfacción, que si algo tiene que ver con nuestros superiores, no toda la culpa es suya, y si de verdad está tan mal volver a Torremolinos dejando a un lado las playas del Caribe.

Es una misión difícil la de sentarse a pensar qué es lo que uno quiere y realmente necesita. La parte positiva es que sólo te necesitas a ti mismo y el primer banco que te encuentres en tu calle. Sólo si empezamos a pensar en un futuro individual podremos conseguir uno común, pero para eso tenemos que saber cuáles son nuestras verdaderas necesidades como seres humanos.

jueves, 19 de mayo de 2011

Refléxiones





domingo, 8 de mayo de 2011

El alemán



El miércoles pasado, día de resaca futbolística, me hallé en una situación tan sorprendente como conmovedora. Después de mi correspondiente clase de inglés matutina, y tras haber pasado por el agua que nos revive cada mañana e ingerido ese cruasán con mantequilla sin el que ya no puedo vivir, me puse en marcha para intentar encontrar ese libro de inglés perfecto en su forma y contenido, que me permitirá por fin acreditar mis conocimientos.

Al llegar a la librería, y tras subir las escaleras siguiendo el cartel “libros de idiomas arriba”, me encontré una situación que para mi fue reveladora.

Un hombre menudo, de unos ochenta años, no menos, se debatía entre unos cuantos libros. No tendría mayor transcendencia la situación si no fuera porque todos aquellos libros eran de iniciación al alemán. El entrañable señor le preguntaba a la chica de la tienda cuál sería mejor para él, cuando entré yo en escena, para desgracia del señor que fue abandonado a su suerte ante tan crucial decisión.

Mientras yo recibía los consejos pertinentes sobre mis manuales, mi alma curiosa me llevó a escuchar cómo la señora de chaquetita roja que acompañaba al señor entrañable, le insistía y presionaba para que escogiera rápido, “coge este mismo, el de la cubierta verde”. Sin embargo, él no estaba seguro sobre cuál de aquellos libros, llenos de palabras imposibles, le haría avanzar más en su propósito.
Ya imagino lo que pasaría por la cabeza de la compañera de aquel señor, que sin equivocarme, habría permanecido a su lado más de cincuenta primaveras: “ahora le ha dado por el alemán, y yo sin comprar las berenjenas para las lentejas, y a estas horas…”.

Las mismas escaleras me devolvieron de nuevo a la bulliciosa calle Gaztambide, que rozando ya el medio día, era un hervidero de gente sin rumbo.
Yo, abrazada a mi futuro, materializado en un libro de 600 páginas, tuve por un momento claro el camino. Nunca es tarde para nada, sólo y únicamente, hay que tener ganas de intentarlo. Mientras, el viejecito continuaba al refugio de la sabiduría, en la vieja librería de la calle Gaztambide, sin saber qué libro sería mejor para pronunciar sus primeras palabras en alemán a sus ochenta años.